A la ciudad de Tijuana la definen además del trazo de sus calles, de la disposición de sus casas y de su fisonomía urbana: el sentido mismo de su historia, un pasado más o menos reconocible, ciertos símbolos, dos o tres lugares típicos, su condición de ciudad fronteriza; y de modo muy significativo, toda la cauda de mitos y leyendas que ella misma ayuda a fomentar con singular empeño. Poco importa si a la postre la imagen que de ella deviene se corresponde o no con la realidad social que le diera origen. Si mucho de cuanto se ha ido incorporando al imaginario de la ciudad resulta poco creíble o carece de posibles asideros de verificación empírica; todo, a fin de cuentas, habrá de contribuir para establecer la representación imaginaria de Tijuana como una ciudad abierta a la disipación y al vicio.