Los sueños de la bella durmiente nos llevan del bosque azul de los simbolistas a los callejones tenebrosos del doctor Caligari (pasando por el castillo embrujado del romanticismo ?frenético?) donde se desplazan los personajes de Emiliano González, con una lentitud que a veces se vuelve exasperante. Sus gestos de sonámbulo y sus ojos nublados por el opio nos trasmiten ese escalofrío gozoso que nuestra literatura creyó relegar para siempre a los tiempos del modernismo. Las fantasías en verso que acompañan a los relatos quieren reproducir estados de ánimo específicamente literarios, y la literatura que nutre a estos engendros malsanos es la misma que envenenó a nuestros abuelos cuando, a fines del siglo antepasado, exploraban los infiernos de una biblioteca.
«Emiliano González, históricamente, es el primero y único de los autores mencionados aquí [Francisco Tario, José Emilio Pacheco, Elena Garro, Amparo Dávila, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, María Elvira Bermúdez, Juan Rulfo] y de cualquier tiempo, que se ha arrojado de verdad y con entero valor al fondo de la literatura mágica.» Augusto Monterroso fragmento del ensayo ?La literatura fantástica en México?