La obra maestra de Lewis Carroll no pertenece exclusivamente al mundo infantil ni al adulto. Alicia es la misma frontera, la linde ondulante entre la norma y la libertad, la sintaxis y el neologismo, la vigilia y los sueños, que juega subversivamente sus cartas y cambia sin pedir permiso. Se trata de un texto fascinante, que ha trascendido su época y su geografía: canciones, imágenes, personajes y costumbres de su propia cultura delinean el escenario de lo cotidiano que se ofrece como señuelo. ¿Y si el espejo en el cual nos miramos empezara a disolverse frente a nuestros dedos? Entonces todos nos sentimos interpelados. De ahí su condición universal. Nuestro pecado: convertir a Alicia y su imaginario en una convención, creer que la conocemos, que hemos desentrañado todos sus secretos, cuando en realidad el trabajo es de introspección. La genialidad de Carroll: independizar su obra de la ley totalitaria del lenguaje. Pat Andrea, figura clave del arte contemporáneo, ha sabido desarrollar un código propio para dar forma a la irreverente geometría del sueño y a una nueva Alicia polimórfica, tal vez la primera Alicia fractal.